
MI PIE IZQUIERDO

Debo admitir que soy buena vendedora, que lo tomo como un reto y si me dicen que tengo que vender cubitos a los pinguinos no me voy a asustar.
Toda mi vida he sido comerciante, oficio que disfruto enormemente y que me ha dejado más de una satisfacción y miles de anécdotas curiosas.
Pero rescato una historia en especial, de la época en que Pepinita era bebé y teníamos un polirrubro estilo pulpería. Desde forros hasta bijouterie enchapada pasando por zapatos, de todo había.
La anécdota es que un aparador de zapatos me dejó mercadería a consignación. El hombre no vino más y ésta quedó.
Vendí todos los pares menos uno: el que por error tenía dos zapatos derechos.
Pero Pepina, fiel a su religión, encontró el comprador, y con el se fueron dos zapatos derechos.
La pregunta es:
¿Cómo hizo Pepina para vender dos zapatos derechos?
















persona había desaparecido y en su lugar mis hijos y mi príncipe me llamaban “Ma…ma…ma... ma...” con sonido ovino, de cordero hambriento.
y culta y emprendedora y todas las demás boludeces que nos quieren imponer para que dejemos de ser lo poco que queda ya de nosotras mismas. Me anoté en cursos de la más variada especie: pintura, italiano y diseño gráfico. Rendí las materias pedagógicas correspondientes a mi carrera para poder ejercer la docencia. Me asomé a las puertas de la metafísica. Prendí velas. Cociné teniendo al Gato Dumas como maestro. Me aclaré el pelo, cambié el look, reemplacé las zapatillas por tacos y las ligas y el portaligas ingresaron en mi guardarropa. La casa completa se transformó en un culto a lo moderno y a las artesanías. Espejos, bronces relucientes, lajas brillantes, flores secas y cristalería: nada era suficiente para recibir dos veces por semana a la Reina Madre, mi suegra, y homenajearla por el solo hecho de haber parido a mi todavía amado príncipe.








