EL GRAN SECRETO DE CENICIENTA
“Los zapatitos me aprietan,
las medias me dan calor,
y el muchachito
de enfrente…
me tiene loca de amor”
Todas las mujeres sueñan ser Cenicienta.
Yo conozco una a la que el sueño se le hizo realidad... con todos los chiches.
La Vivi era una piba de barrio, devenida a menos después de la separación de sus padres.
De una infancia glamorosa donde nada faltaba y todo sobraba, pasó a vivir con su madre en un sucucho, comer salteado y practicar sexo, drogas y rock & roll. Tendría por aquel entonces trece años.
A los quince ya convivía con un novio.
A los veinte, cansada de una vida sin salida se fue a vivir a Uruguay con otra pareja, oriundo él de Canadá, para tratar de remontar las finanzas con un criadero de perros.
A los veinticinco, nuevamente sola, decide ir a Toronto a probar suerte ya que por aquel entonces luego de De la Rúa ni Argentina ni su familia tenían o querían ofrecerle algo.
Hizo su valijita, regalo lo demás, y emigró al Norte. Su único capital es algo que todavía no mencioné: su belleza. Donde pasaba la Vivi se desmoronaban las columnas y se alzaban los mástiles.
A ver. Sumemos: un master en vida + metro ochenta + un físico que pondría verde a la Cardone + un par de lolas sabiamente compradas + un rostro angelical + modales intachables + una larga cabellera rubia desmechada.
El resultado: en Toronto el sueño se hizo realidad. Un ecuatoriano nacido canadiense pidió su mano una noche en un restaurant francés de Quebec (800 dlls el cubierto).
Se casó vestida por Armani, calzada por Gucci y con un anillo de brillantes de Tiffany.
Hoy vive en los suburbios de Toronto, es la esposa de un ejecutivo, tiene dos hijos, dos autos y el mejor de los cirujanos plásticos que el dinero pueda comprar. Lejos quedó Morón y más lejos aún los pinares al sur de Punta del Este donde se aprovisionaba de piñas para calefaccionar durante el invierno el criadero de perros. Hoy su contacto con la naturaleza son las Galápagos y su deporte favorito snorkel en la Olla del Diablo.
…me olvidaba, hoy tiene una fantasía, porque el sueño ya lo cumplió: acostarse con un negro.
Parece ser que los zapatitos de cristal aprietan y las medias dan calor…