DUEÑO ALQUILA

Cerramos la operación un martes y el sábado siguiente se estaba mudando.
Cumple los requisitos exigidos: sola, trabaja todo el día, no quiere ni busca problemas.
Todos los días a las siete de la mañana se va a trabajar y vuelve doce horas después. Se baña. Cena en silencio. Luego apaga las luces y se duerme.
El fin de semana lo dedica a limpiar y hacer compras.

Ayer entramos en confianza, un poco, ya que no permito que nadie avance sobre la frontera de mi intimidad: no puedo transgredir los limites que supone la relación comercial que nos une.
Pero la vi con los ojos rojos de tanto llorar y la invité a tomar un té.

-Que te pasa Lili?-soy directa.
Ella levanta el guante. Necesita hablar.

-Tengo 58 años, dejé una vida atrás y me fui con seis pesos en el bolsillo y un bolsito de ropa. Y ahora me pregunto…- Se quiebra en llanto.

Está sola, trabaja para comer y pagar un alquiler. Dentro de poco se va a jubilar. Y su pregunta, la que hace todas las noches cuando se acuesta y apaga la luz es:
- Perdí treinta años de mi vida trabajando, limpiando, criando y cuidando una familia y que nadie, nadie, me lo reconozca. Cómo pude pensar que era indispensable, que si me iba morirían sin mí…