CAMIÓN DE GANADO
Está rayado por los cuernos
Tema fascinante si es que los hay. Viejo como la especie que los produce. Novedoso cada vez que se los experimenta. Misterioso cada vez que los producimos. Capaz de elevar los niveles de adrenalina de una piedra, de captar la atención del más aburrido, de desatar tormentas, guerras, odios y rencores de por vida.
Los cuernos movilizan. Vaya si movilizan.
Los que nos ponen y los que ponemos.
Los tuyos, los míos y los de la vecina de enfrente.
Podríamos llenar tratados enteros con historias de cuernos, cornudos y cornudas.
¿Quién no ha amenizado una tarde o una velada despellejando al cornudo de turno?
¿Quién no ha dormido noches enteras pensando que es un pobre cornudo?
¿Quién no ha fantaseado con regalarle una soberana corona de cuernos a su bienamada media-naranja?
Son ancestrales y actuales. Nos paralizan y nos movilizan. Nos hacen reír y llorar. Nos hacen amar y odiar.
He llegado ha escuchar de boca de un marido cornudo venido a menos decir entre resignada y filosóficamente que son como los dientes de leche: primero duelen y después te dan de comer.
Tienen cualidades medicinales, en algunos casos casi milagrosos. ¿Quién no ha conocido a una mujer envejecida por tantos años de oscuro y gris matrimonio reverdecer como un ciruelo en flor?
También los he visto místicos: más de una ha ido a misa una aburrida tarde de domingo y ha vuelto en estado de gracia.
Son maravillosamente inodoros durante algún tiempo: pueden apestar a basura sobre tu cabeza y ni siquiera te diste cuenta que estás coronada. Eso sí, el día que caíste en la cuenta que el mal parido te ha hecho reina cornuda vas a desparramar mierda por todos lados y con el ventilador prendido, por supuesto.
Nada más indicado puede cultivar tanto la imaginación como una buena tiara de astas puntiagudas: los resultados pueden llegar a ser espeluznantes e imaginativos. Desde la drástica y filosa decisión de Lorena Bobbit hasta el viejo y gastado truco de la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente, cuerno por cuerno.
En fin, viejo como la humanidad, si hasta el mismo Moisés ya lo tenía incluido en las tablas, el puntiagudo tema es como la filosofía misma: una vez que concluyó vuelve a empezar, siempre nuevo, siempre distinto, siempre volviendo al origen: nada nuevo para inventar y todo para reciclar.